VARIEDADES
Once tras la pelota (5 cuentos de fútbol)
| Emilio Alberto Restrepo* Twitter: @emilioarestrepo
TODO POR EL FÚTBOL
(Finalista en concurso “Cuál es tu cuento con el fútbol UPB)
¿Qué cuál es mi cuento con el fútbol? Hombre, todo es todo, estoy así por el fútbol.
Escúcheme. Ahora tengo 23 años. En esa época tenía 17, estaba en las inferiores del Nacional, los fines de semana me volaba al escondido a jugar con un equipo del barrio, pagaban bien, además los muchachos del combo apostaban plata, casi siempre ganábamos buenas propinas y recogía buen billetico pa´invitar a la niña que me gustaba a tomar gaseosa. Ahí lo importante era el juego, casi siempre, pero cuando venían los duros primaban las apuestas, rumbaba la plata antes que el deporte.
Mi equipo era de los tesos, lo manejaba Zinzonte, jefe del combo de la 92; ya casi nadie quería enfrentarnos, pues era botar el tiempo, todos perdían contra nosotros. Así llegamos a la final del campeonato, había mucha tensión en el ambiente porque habían matado a dos jefazos y el resto estaba escondido. Pero podía pasar lo que fuera, el partido no se suspendía por nada del mundo.
Yo estaba súper-contento, iba de goleador, me iba a meter al bolsillo una bonificación y pa´acabar de ajustar, preciso ese fin de semana, mi hermano anunció visita con mi abuelita y mis tías, que venían del pueblo exclusivamente a verme jugar y alzar la copa y gozar porque me ganaba el botín de oro, que ya era prácticamente mío, por la ventaja de goles que llevaba. Además, logré que a la peladita le dieran permiso, con la condición de que fuera con unas primas, pues el papá era hincha del Medellín y siempre le daba rabiecita que yo jugara con los verdes, pero qué iba a hacer, yo era serio, tenía futuro y le respetaba la niña. Le tocó dejarla ir, o sea que ese día íbamos a tener la cancha llena pa´vernos jugar, muchos de ellos iban por mí, y mi familia y mi amorcito en primera fila, todos haciéndome barra.
Con lo que no contaba, era que faltando pocos minutos pa´jugar nos dimos cuenta que el partido estaba arreglado pa´perder; como teníamos tanto favoritismo, Zinzonte había apostado un billete largo en contra nuestra; iba a ganar millones esa noche y luego se esfumaría con los jefes. ¡Nos ordenaron que teníamos que perder como fuera!
Yo, con ese público, tenía que lucirme; pa´rematar, esa tarde estuve más volador que nunca, metí como tres goles, me anularon uno, sacaba pecho, no me importaba la orden que nos habían dado. Sabía que conmigo no se iban a meter, era el goleador, ellos entenderían.
Al terminar, me pareció raro, los compañeros se dispersaron, nadie me felicitó, quedé solo. Cuando iba a buscar a los otros pa´celebrar, fue que perdí el sentido por el golpe. Ahí me cambió la vida, ni me enteré. Por lo menos la mamá de Zinzonte me regaló esta silla de ruedas. Ese es mi cuento. Tullido-a-punta-de-totazos, pero guerreando como un crack. ¡Todo por el fútbol!
COBRO FORZADO
Hay cosas en la vida para las cuales uno no se prepara, porque no le interesa o cree que nunca le van a tocar. Eso pensaba de los penaltis, con respecto a cobrarlos, a tener que enfrentarme a un arquero, a tener que fusilarlo con un tiro directo. No era mi problema, yo jugaba siempre como zaguero, no era un virtuoso, ni cañonero, por el contrario, era más bien brusco, mi disparo no era muy potente, mis pies no dominaban la magia de una comba o un chanfle. Por más que practicara no se me daba. Entiéndame, me decían “el muro” y por detrás me definían como bobo-grande-acaba-ropa. A mí no me importaba, no era del todo falso, mi rol era defender, no dejar pasar a nadie y creo que cumplía bien mi misión. Siempre fui titular y, créanme, no chupé banca ni un solo día.
Hasta que llegó la final del campeonato del 94, el interuniversitario nacional, la fecha mas importante. Primera vez que llegábamos tan lejos y tenía un especial significado, la pública contra la privada, los pobres contra los ricos, el proletariado contra la burguesía. Había muchas cosas en juego, que trascendían el campeonato mismo, más allá del simple concepto de ganarse una copa.
El partido resultó reñidísimo, una batalla campal de barro-sudor-y-pata. Terminó 2—2, luego del tiempo suplementario. Había que definirlo a disparos desde los 12 pasos. Y empezó el sufrimiento. Bote uno, tape el otro, anote este, desvíe aquel, lo cierto fue que luego de 10 oportunidades de cada equipo, el marcador iba igualado 6—6. Los nervios estaban a punto de estallar, la gente se descocía por dentro, había rabia, angustia, los gritos herían los oídos y un poco la autoestima. Las tribunas eran una bomba de tiempo.
Y lo que nadie tenía en sus cuentas, que me tocara el turno de chutar a mí un penalti. No estaba preparado ni física ni mentalmente, pero no había de otra. Todos habían desfilado uno a uno y de tanto acertar y fallar, era nuestro turno, y me correspondía precisamente a mí. En la oportunidad anterior ellos aventajaron. Faltaba mi cobro. Si anotaba, seguíamos. Si erraba, chao-pescao. La verdad fue que me borré. Como que no pensaba, era como una antesala de la muerte, como si deshiciera los pasos, todo como en un túnel, el rugido haciendo ecos en mi cabeza.
Tomé distancia, di 2 pasos como en cámara lenta y preciso: me tropecé y caí como un idiota. En las tribunas, el grito fue unánime:
¡¡¡BOBO…GUEVÓN…INÚTIL…PAQUETE…SÁQUENLOOOOOOO…CÁPENLOOOOO!!!
Entonces, me enceguecí. Me paré, me hice nuevamente detrás del balón.
Silencio absoluto.
Tomé carrera, pateé. Ni duro ni pasito, sin técnica ni plan, casi sin mirar, lo cierto fue que el balón entró. Fue gol. El estadio, mudo.
Yo no celebré, no dejé que me felicitaran, me fui para el camerino y lloré como un niño.
Al final ganamos, pero en ese momento ya no me importaba. Ese año me gradué y nunca más volví a jugar.
AY, PAOLA (Finalista en concurso “Cuál es tu cuento con el futbol UPB)
¡Jamás volveré a conseguirme un novio futbolista!
Fue la única opción que tuve, pues mi padre trabajaba como masajista y auxiliar del Atlético y todas las tardes, al salir del colegio, nos llevaba a los entrenamientos del equipo. Estábamos rodeados de gente del futbol, el barrio no significaba nada para nosotras, la familia fue reemplazada por el personal corporativo; el ambiente, todo, giraba en torno al balompié. Los fines de semana viajábamos con la comitiva, pues no teníamos con quién quedarnos. Nos convertimos en parte del paisaje.
Mi madre nos había abandonado, se había fugado con un jugador. Mi papá quería fingir que nada había pasado, que todo era normal, que la vida era así, que esas cosas pasaban como si fuera lo más corriente crecer y rodar sin mamá, en poder de un padre muy ocupado, roto por dentro y blindado hacia afuera; éramos unas niñas sin dirección, rodeadas de hombres rudos, sudorosos, preocupados por sus propios asuntos, poseídos por la ambición y las hormonas.
Primero me enamoré del arquero, que más rápido que tarde fue comprado por el equipo de otra ciudad y se esfumó de mi vida de un domingo para otro.
Luego me deslumbró el centrodelantero, pero descubrí que anotaba goles con la misma facilidad con que confortaba a sus admiradoras cuando yo apenas volteaba la espalda.
El capitán resultó un indefinido que en las giras se besaba con el comunicador de la liga. Lo supe por terceros y tuve que escupir de la rabia cuando el propio conductor del autobús me mostró las fotos con la evidencia.
El defensa central era un bello tonto que no sabía qué decirme cuando estábamos solos y se le acababan los argumentos de sus caricias un tanto torpes.
Y así ocurrió con el diez, con otros dos delanteros y con un suplente que se mantenía irritado por la amargura de estar calentando siempre la banca.
Durante varios años compartí todos esos labios, esos brazos fuertes y bruscos, sus olores agrestes, su volatilidad, las lociones penetrantes, sus egos derretidos por la promesa de un futuro lleno de brillo que no siempre estaba a la vuelta de la esquina.
Solo accedí al sosiego de una ilusión que me aterrizó con mis propias expectativas, cuando conocí a Paola, la sicóloga del equipo. Fue mi apoyo cuando me encontraba doblegada por la sucesión de derrotas que me hicieron sentir usada, desplazada, muchas veces sucia. Me hablaba con una reposada sabiduría, con dulzura; me fue llevando de la mano a un entendimiento que se transmutó en gratitud, luego en admiración, más tarde en afecto y finalmente en amor.
Paola se fue convirtiendo en mi eje vital. Me permitió encontrar la ternura y, sobre todo, a mí misma.
Ella es parte del equipo y, ahora, de mi proyecto de vida.
Mi padre nos mira en silencio con un asombro que se le confunde entre la norma y el afecto, pero sabe que ni puede, ni tiene nada qué opinar.
ESTOS CUENTOS LEIDOS POR EL AUTOR: https://acortar.link/UJgidP
* Emilio Alberto Restrepo. Médico, especialista en Gineco-obstetricia y en aparoscopia Ginecológica (Universidad Pontificia Bolivariana, Universidad de Antioquia, CES, Respectivamente). Profesor, conferencista de su especialidad. Autor de cerca de 20 artículos médicos. Ha sido colaborador de los periódicos la hoja, cambio, el mundo, y Momento Médico, Universo Centro. Tiene publicados los libros «textos para pervertir a la juventud», ganador de un concurso de poesía en la Universidad de Antioquia (dos ediciones) y la novela «Los círculos perpetuos», finalista en el concurso de novela breve «Álvaro Cepeda Samudio» (cuatro ediciones). Ganador de la III convocatoria de proyectos culturales del Municipio de Medellín con la novela «El pabellón de la mandrágora», (2 ediciones). Actualmente circulan sus novelas «La milonga del bandido» y «Qué me queda de ti sino el olvido», 2da edición, ganadora del concurso de novela talentos ciudad de Envigado,
- Actualmente circula su novela «Crónica de un proceso» publicada por la Universidad CES. En 2012, ediciones b publicó un libro con 2 novelas cortas de género negro: «Después de Isabel, el infierno» y «¿Alguien ha visto el entierro de un chino?» En 2013 publicó «De cómo les creció el cuello a las jirafas». Este libro fue seleccionado por Uranito Ediciones de Argentina para su publicación, Fue distribuido en toda América Latina. Ganador en 2016 de las becas de presupuesto participativo del Municipio de Medellín, con su colección de cuentos Gamberros S.A. que recoge una colección de historias de pícaros, pillos y malevos, reeditado en 2023 por Uniremington. Con la Editorial UPB ha publicado desde 2015 6 novelas de su personaje, el detective Joaquín Tornado. En 2018 publicó su novela «Y nos robaron la clínica», con Sílaba editores. En 2021 su colección de cuentos Un hombre solo y mal acompañado de Grammata editorial, ganador de varios premios. En 2022 Medicina Bajo sospecha de Editorial CES
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- Serie de YouTube Consejos a un joven colega. https://www.youtube.com/watch?v=q2vUFA5U-ks&list=PLm-lfL5KTbVOjHC0N-0MJveoeRRfLY4EP
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